jueves, 22 de febrero de 2018

El trabajo y la Familia

Proverbios 10:4 Las manos ociosas conducen a la pobreza;  las manos hábiles atraen riquezas.
La Biblia es muy clara al hablar acerca de la diferencia entre alguien que es pobre y alguien que es simplemente flojo. Muchas personas no tienen nada porque no hacen esfuerzos para ayudarse a sí mismos. Esto es inaceptable. Sin embargo hay mucha gente floja en nuestra sociedad.
Este asunto a menudo se transforma en algo político cuando realmente es un asunto bíblico. DIos espera que nosotros trabajemos usando todas nuestras habilidades para proveer para nuestra familia. Entonces estaremos en condiciones de enseñar a nuestra familia cómo proveer para ellos mismos, y que eso debería continuar en las futuras generaciones. Para inculcar este valor en nuestros hijos y ayudarles a apreciar la diferencia entre la flojera y el trabajo duro, es una buena idea trabajar juntos como familia para completar tareas rutinarias y otros proyectos que tengan que ver con la casa.
Involucrar a tus hijos en esto puede que haga la tarea un poquito más lenta o que no sea haga exactamente como tú la querías. Pero recuerda, eso está bien, porque a la larga tú estás enseñándoles a ellos cómo trabajar. Enfócate en la meta superior. Eso es lo más importante.

Principio de crianza  
Dale todo a un niño y él nunca dejará de pedir. Enseña a un niño a trabajar y ellos nunca dejarán de dar.

Para reflexionar
  • ¿Cómo defines a un buen trabajador?
  • ¿Qué tareas rutinarias de acuerdo a su edad están aprendiendo tus hijos?
  • ¿Cuál es la forma en que ustedes podrían trabajar juntos como familia?

(Traducido de Devocional NVI por Pr. Javier Menénedez)

jueves, 1 de febrero de 2018

¿Por qué los Evangelios perdidos se perdieron?

¿Por qué los “evangelios perdidos” se perdieron?
¿Qué deberíamos hacer con la afirmación de Dan Brown en su popular novela “El Código Da Vinci” de que Constantino habría creado el canon del Nuevo Testamento y habría suprimido 80 “evangelios” para poder establecer sólo 4?
Es verdad que durante el siglo I como en el siglo II hubo muchas obras que circularon acerca de la persona de Jesús (ahora catalogadas como evangelios). SIn embargo lo que Brown señala no es algo históricamente riguroso. La gran mayoría de los cristianos han estado leyendo precisamente nuestros 4 evangelios como Escritura desde por lo menos el siglo II, de acuerdo a escritos de personajes como Ireneo de Lyon.  Las autoridades de la Iglesia no esperaron hasta que Constantino escoja entre muchos pretendidamente llamados “evangelios”.
De hecho la decisión de canonizar o no ciertos evangelios se basó en la confiabilidad  que las enseñanzas tenían heredadas de los apóstoles y obispos más que en un decreto imperial. Ireneo, el primer obispo que identificó los libros del Nuevo Testamento, fue discípulo de Policarpo, quien a su vez fue discípulo de Ignacio y este fue discípulo del Apóstol Juan. Ireneo limitó el canon pero no de acuerdo a sus propios caprichos de interpretación si a través de la “regla de fe” (una confesión de fe amplia, basada en la fe en el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo y la obra salvadora de Jesús) heredada por la iglesia apostólica.
Además Mateo, Marcos, Lucas y Juan difieren de las obras de los siglos II y III llamadas “evangelios” en que reflejan muy poco o nada de la tradición apostólica y ni siquiera calzan en el mismo género de los evangelios canónicos. Los 4 evangelios del siglo I que poseemos (como el entendimiento largamente afirmado de la Iglesia y estudios académicos actuales han confirmado) antiguas bioi o “vidas” de Jesús (es un género que expone una biografía enfocada en los eventos más relevantes de la vida de una persona, que comunmente deja espacios en su cronología). Estos evangelios incluyen muchos elementos provenientes de la cultura de Judea, figuras literarias tomadas de la lengua aramea, y cosas por el estilo; esto establece fuertes diferencias con las historias escritas en siglos posteriores acerca de Jesús.
En contraste con lo anterior, los evangelios del siglo II en adelante pueden ser catalogados en 2 categorías: “evangelios orales” (preferidos especialmente por los gnósticos) y las novelas religiosas (los que comúnmente llamamos “evangelios apócrifos). Los gnósticos pertenecen a una corriente que resta importancia al cuerpo (por consiguiente a la encarnación, a la vida terrenal y a la resurrección corpórea). Sus preferencias van más por el lado de promover enseñanzas secretas para una elite. Eso es lo que encontramos mayormente en los evangelios gnósticos. Ireneo distinguía los evangelios canónicos de los evangelios gnósticos con la observación de que los 4 evangelios se enfocan en la muerte y resurrección de Jesús y que los escritores de estos señalaban el orígen de sus declaraciones acerca de Jesús estaba en las escrituras hebreas. Los gnósticos no estaban dispuestos a hacer esto último.
La mayoría de los otros evangelios eran esencialmente novelas destinadas a embellecer los relatos originales. Notablemente el Jesús de los muchos “evangelios” carecía del carácter del Jesús de nuestros evangelios de primer siglo.
Así por ejemplo, en la Historia Infantil de Tomas (no confundir con el Evangelio de Tomás), Jesús golpea  a un niño que le había golpeado a él y le provoca la muerte. Cuando los padres del niño muerto van a quejarse con José, Jesús los deja ciegos. Cuando algunos observadores se quejaban porque Jesús estaba fabricando palomas de barro durante el día Sábado, Jesús aplaude y las palomas vuelan.
Muchos evangelios novelísticos fueron muy poco “ortodoxos” y simplemente recurrieron a la imaginación popular de muchos cristianos que estaban dispuestos a llenar los vacíos de lo que se conocía como la vida terrenal
de Jesús. A pesar de que una obra determinada puede ser edificante y ampliamente recomendada sin necesariamente cumplir con los criterios de la Iglesia para su canonicidad. La raíz común de los  evangelios canónicos que fueron escritos por quienes conocieron a Jesús directamente o por aquellos asociados a personas que sí lo conocieron, para garantizar su autenticidad.   

En resumen, los “evangelios perdidos” no cumplían con el criterio de canonicidad establecido por la “regla de fe” de Ireneo. Ni tampoco se necesitó de una orden imperial en el siglo IV para suprimir estas obras; pues para esa época hacía ya largo tiempo que la Iglesia las había rechazado como Escrituras.