viernes, 21 de marzo de 2014

Cambiando la indolencia y la envidia por amor y fe


  
 

Queridos Amigos!
En el día de ayer Valeska, una joven de nuestra iglesia que estudia Tecnología Médica, vivió su Ceremonia de Investidura. Esta ceremonia es un momento de honra que su universidad otorga a los estudiantes al momento de iniciar su último año de carrera. Como pastor me  sentí muy privilegiado de participar junto a la familia de Valeska, de una pequeña celebración preparada  para reconocer y celebrar todo su esfuerzo y dedicación invertidos por ella estos años. El participar de este importante acontecimiento, fue un lindo momento de alegrarme con alguien que es honrado.

También como pastor he compartido muchos momentos con los que sufren. De los más difíciles fue el llorar con un joven matrimonio en una Unidad de Cuidados Intensivos, mientras su pequeño bebé de 10 días agonizaba. En momentos como ese no hay consejo, ni ánimo que valgan… sólo puedes llorar con los que lloran….y lo que hice fue llorar con ellos…y orar entregando al pequeño bebé a Dios.

La forma acelerada e individualista en que vive  nuestra sociedad no deja tiempo para considerar al otro. Estamos tan abrumados con nuestra propia realidad que es frecuente encontrarnos con estos pensamientos:  “no tengo tiempo para  preocuparme del que  sufre” y “ ¿por qué a el lo reconocen y a mi no?. La indolencia y la envidia son  una verdadera  pandemia que nos separa cada vez más como sociedad.

Esta mentalidad a veces también  contagia a la Iglesia. Venimos a la Iglesia a adorar y a que el Señor nos hable y nos toque.  Pero establecemos poco o ningún contacto con personas cerca nuestro,  no hacemos mayor esfuerzo y  preferimos quedarnos en la comodidad de nuestro pequeño círculo. Cuando alguien es honrado en alguna medida; una graduación, un trabajo nuevo, un ascenso laboral, un ministerio en la Iglesia, cedemos a  la tentación y tendemos a la envidia: “¿Por qué a él (ella) y no a mi?”.

El siguiente pasaje bíblico, es un antídoto contra esta mentalidad de nuestra sociedad. El Apóstol San Pablo escribe en 1 Corintios 11:26:
"Si uno de los miembros sufre, 
los demás comparten su sufrimiento
y si uno de ellos recibe honor, 
los demás se alegran con él.

Este pasaje nos enseña que los cristianos somos llamados a un estilo de vida diferente: todos compartimos el sufrimiento y la honra de los demás miembros de nuestra comunidad. Cuando alguien es entristecido, se enferma, o de alguna manera sufre, es como si cada miembro (es decir cada uno de nosotros) recibiese ese dolor. Y también cuando alguien es honrado, promovido, graduado, o recompensado en alguna manera, es como si cada miembro del Cuerpo recibiese esa bendición.

Este concepto se conoce como “empatía”, pero en este pasaje, Dios nos llama más que sólo a empatía. Dios nos anima a dejar la indolencia y ayudaa mitigar el dolor, consolar animar, así como también a dejar de lado la envidia, para celebrar alegrarnos con las personas que están siendo honradas.

Henry Nouwen, un sacerdote holandés del siglo pasado escribió:
Debemos dejar de medir nuestro significado y valor con la vara de medir de otros”. 
Cuando dejamos de comparar nuestros logros y posesiones con lo de los demás, estamos en posición de ver el verdadero valor que tenemos en Cristo y de abandonar la envidia para alegrarnos sinceramente con los que son honrados. 

 No somos llamados a hacernos cargo del dolor humano. Eso es algo que sólo puede tomar Jesús. Isaías dice que Él llevó nuestras enfermedades, y dolores del cuerpo y del alma (Isaías 53:4 paráfrasis mía). Pero a nosotros como Iglesia Jesús nos llama a conectar con el dolor de los que sufren y con la alegría de los que se gozan, a vivir como una familia y a actuar como un solo cuerpo.
Les Bendecimos,